domingo, 28 de marzo de 2010

Música religiosa

Es vertiginoso observar desde la lejanía de los siglos, como la música pervivió durante tantísimo tiempo solo con la invocación de motivaciones religiosas o el uso para todo tipo de eventos fervorosos y doctrinales. Ahora, el porcentaje de creación e interpretación en estas aplicaciones se alejan en una media proporcional al crecimiento de las consideradas manifestaciones musicales profanas. Es por lo que en estos términos se puede asimilar un lugar de oposición entre ambas, pero promovidas desde la carencia e ideología de corte religioso, ya que todo lo profano es aquello que no es temática o tiene cierta relación con las expresiones de creencias religiosas.

No puedo considerarme un experto de estas cuestiones, pero es prácticamente imposible hacer un estudio musicológico de cualquier aspecto, técnica o dato histórico sin beber de estas músicas realizadas exclusivamente para la alabanza a Dios, acciones de gracias o eventos espirituales de gran pragmatismo social. Está claro que hablamos de música occidental y de su sistema de organización y expresión musical. Enfrascarnos o acercarnos a otros sistemas sería una autentica locura en todos sus aspectos.

La influencia de tantos y tantos progresos y desarrollos musicales a todos los niveles beben inexorablemente de lo que podemos comentar como tradición musical religiosa. Y aunque el debate de la existencia o no de que otras estéticas musicales cohabitaran en la misma época de total primacía, es algo más que aventurarse y correr el riesgo de equivocarse ante algo sin la mínima seguridad de saberlo. Lo que es indiscutible es que hasta hoy día lo que ha llegado hasta nosotros es aquella música que se cuidó con mimo para ser traspasada a otras generaciones sin la necesidad exclusiva de la tradición oral. Los sistemas de notación musical fueron perfeccionándose, salvaguardando unos pocos tratados y obras durante casi toda la edad media.

Instigados, quizás, por San Gregorio Magno, se puso fin a numerosas tradiciones musicales religiosas por casi toda Europa, aunándose todas bajo un criterio único que se estableció con la idea de uniformar toda la liturgia sacramental. Lo poco que se nos ha legado de los cantos galicano, mozárabe o ambrosiano, ha quedado como algo anecdótico e incompleto, incluso sin la certeza de su autenticidad por lo difícil de identificar algo agravado por el paso del tiempo.

A partir del siglo XI y con las primeras experiencias polifónicas, el organum y el discantus comienzan a ganar en fundamentación gracias a los maestros de la escuela de Notre Dame de Paris, Leonin y Perotin. Las formas más usadas van a ser la misa, motetes y responsorios. El posterior desarrollo de la polifonía en todos sus estamos, sin embargo, va a ser protagonizada por los maestros de la escuela flamenca de Cambray. Es desde este momento en el que podemos hablar de una música religiosa hecha con la categoría que se merece. Josquin Des Prez y Ockengen van a representar la culminación de estas obras.

Llegados a este punto de la historia, la contrarreforma ordenada por el Vaticano ante la sublevación de Lutero en Alemania, va a suponer un espaldarazo definitivo a la música religiosa. Durante el Concilio de Trento (1545 – 1563), fue designado al ilustre músico italiano Giovanni Pierluigi da Palestrina, que junto con los españoles Tomás Luis de Victoria, Cristóbal de Morales y el sevillano Francisco Guerrero representaron el cenit de aquel momento histórico. Del otro lado, encontramos a toda una rama de compositores alemanes que culmina con el grandísimo Juan Sebastián Bach. A partir de estos instantes, la mayoría de los compositores van a mantener una dualidad en su repertorio creativo, entre la música profana y la religiosa. De este modo, Händel y Vivaldi en época barroca, Mozart y Beethoven durante el clasicismo, Mendelssohn, Bruckner y también Faure en el siglo XIX, compaginaron con maestría ambas tradiciones: religiosa y profana.

En la actualidad el concepto de música religiosa ha quedado totalmente relegado a la posición modesta y de composición eventual a la que se ha visto pospuesta. Incluso podemos comprobar cómo en el intento de una nueva apertura en la búsqueda de una regeneración del material sonoro, de color y tímbrico, ha evolucionado desde el plano más cercano a técnicas y formas de la música denominada profana.

De este modo, solo podemos encontrar nuevas creaciones musicales de origen religioso, en aquellos eventos específicos donde la costumbre y el hábito social lo han hecho parte inherente de la manifestación. Incluso existe cierta concomitancia con cuestiones paganas o del orden humano, dejando de lado su componente místico y estricto.

domingo, 21 de marzo de 2010

La necesidad de cultura

Hace unos días, encontraba una interesante fuente de inspiración en las palabras sabias de los que luchan día a día por el mundo de la cultura. No es de recibo bajar nunca los brazos en este asunto, ya que como versa el dicho “el conocimiento os hará libres”. No hay verdad sin saber, no hay realidad si sólo nos basamos en cuestiones materiales y egoístas, no hay mañana sin saber que pasó ayer, y por supuesto, no hay vida sin tener juicio ni valoración crítica. Y para todo esto hay que tener los instrumentos necesarios para ello.

Partiendo de la base de que la cultura se encuentra en uno de los últimos estadios de la famosa pirámide de Maslow, en cuanto a necesidades humanas, las sociedades en las que las cuestiones primarias están cubiertas pasan a sufragar otra serie de condiciones, deben ejercer una serie de actividades para lograr satisfacer a estas. Pero en el caso de nuestra sociedad, el problema reside en el uso correcto de dicho entendimiento. La preparación y la educación que a los individuos del grupo se les oferta, en una colectividad de consumo como en la que hemos llegado a caer, en muchos casos es rechazada por poco efectiva a nivel económico.

Esto es un error de grandes magnitudes, donde lo que se llena es el bolsillo y la panza pero nada más lejano a eso. Leía hace poco a Pérez Reverte achacando esta situación al analfabetismo que sufrimos en España como mal endémico desde hace generaciones. Comentaba de manera acertada que “no duele España, sino su incultura, esa que propaga la falta de un espíritu crítico”, asegurando que “un país inculto es un país sin mecanismos de defensa”.

Es el colmo del necio el que escucha o lee estas palabras y hace oídos sordos; es la ignorancia del arrogante el que cree que sin cultura se puede existir; es el atrevimiento del que no sabe el que hace que las cuestiones realmente interesantes queden relegadas por otras de menor orden en importancia; es de estúpidos satirizar a quien da cobertura a la educación y a la cultura; es de locos creer en un mundo basado en asuntos materiales y razones económicas; y por supuesto, es de tener poca identidad el seguir la dictadura de aquellos que se identifican como líderes de la nada.

La lucha persistirá durante siglos, porque siempre existirá quien, por intereses personales, quieran hacernos ver que sus alicientes serán más productivos que los que otorga el saber, la educación y el arte. En cuantas ocasiones, diría que miles, los comentarios de una conversación agradable se han tornado en hipocresía y demagogia cuando se habla de estos parámetros. Es una osadía verdadera hacerles ver a estos tiburones de las financias y de lo tangible, como la creencia de una vida desde otro punto de vista nos podría otorgar algo más que prestigio.

Porque esta es la parte simpática del asunto: luego todos aseveramos con la cabeza cuando tratamos del tema de manera afirmativa. Pero, ¿qué es lo que hacemos al respecto? ¿Es suficiente con decir que estamos de acuerdo? Si la realidad es que nuestra vida es un cumulo de despropósitos donde la primera demanda es nuestro ombligo, y a partir de ahí, poco más. Cuando alguien abandera esta contienda por la libertad en el aprendizaje y en el acceso a la cultura de todas las almas sociales, ¿se les apoya con fuerza e real interés? La respuesta es no… rotundamente no.

El vacio y la soledad constante por parte de las comunidades profesionales que se dedican a este asunto son tremendos en estructuras y formas. No existe un apoyo sincero y no justificado. Siempre acaecen otros alicientes en segundo plano que hacen dudar de la veracidad de quien apoya estos debates. Y si hablamos de políticas en este sentido y de sus gestores puestos en esas disposiciones por sus partidos, pues apaga y vámonos.

Lo más curioso es que encima, se preguntan de la rentabilidad de la cultura como negocio. Es el acabose. Llegados a este punto todo se derrumba como un castillo de naipes. La tristeza de toda una vida de dedicación por parte de tantos y tantos luchadores de la creencia de que la cultura es la base de la socialización humana, cae de manera estrepitosa.

Pues no debemos flaquear en este asunto. La cultura es del pueblo y para el pueblo; no hay bien más rico, ni posibilidad más atractiva y útil para el ser humano que ser rico en conocimientos. Es algo sin precio, pero con un valor incalculable. Algún sabio popular me refería esto hace poco, que las cosas que no tienen precio no significa que no tengan valor, sino al contrario: son muchas las fortunas que se asientan en las riquezas que no todo el mundo puede ver, o incluso no tener.

domingo, 14 de marzo de 2010

La música no es un juego

“Hoy me he levantado con ganas de guerrear”... Esto lo podrían pensar todos aquellos que viven el arte desde la barrera del espectador y no me conocen. Aviso a navegantes antes de seguir leyendo: no voy a callarme ninguno de los sentimientos que están floreciendo en mí mientras escucho uno de los tantos conciertos que se dan por nuestra extensa geografía. Pueden especular con riesgo a equivocarse, de que coloco por delante de mi razón a mis emociones. A su favor decir que intentaré por todos los medios estar cercano a la objetividad que me permiten mis años de estudio y las experiencias musicales que he tenido la suerte de ir ganando en los escenarios de medio mundo que he tenido el privilegio de pisar.

Soy de los que asume el papel inherente de la música en la actividad cotidiana; de que se pueden y se deben usar todos los recursos que el arte nos facilita como cuestión cercana al propio ejercicio de disfrute personal, a través del ocio, la propia afición o el hecho de complacerse de la música como algo cercano. Es más, defiendo desde el sentido educativo y personal, que todos debemos, si nos apetece, poder explotar tan magnífica posibilidad para expresarnos con un lenguaje único.

Pero llegados a este punto, quisiera trazar una línea lo suficientemente gruesa entre las manifestaciones a nivel popular hechas por simples aficionados y esa misma dirección pero realizada desde el conocimiento. Me reitero que no hay nadie que pueda otorgar o juzgar el poder usar la música como vehículo para alcanzar la expresión; cada palo que aguante su vela.

Y aunque hay buenas tentativas en acercarse, es realmente patético el tanteo de algunos por hacer y desarrollar ciertos tipos de espectáculos. Con la ilusión por bandera, incuestionables buenos contactos y la ignorancia del que escucha por amistad, si buscamos bien, obtenemos los resultados deseados. Algunos incluso podrían fletar un avión con sus fans más osados, los que le siguen por cariño y por su afecto. Sí, esos que siguen manteniendo la dicha de la utopía de que es posible llegar a ser número uno en los cuarenta sin la necesidad de pagar o venderse.

Pido perdón públicamente, por mi política de no permitir – lógicamente a título personal – gente que no hace las cosas como deben, y de ser intransigente. En el mundo creativo e interpretativo en materia musical, parece que todo es válido. Pues con sinceridad y cariño, rotundamente no. Me niego a escuchar a quien hace música porque así le sale de dentro. Si a alguien le sale de dentro, que por favor se formen bien antes, para que de esta manera, lo que salga tenga un sentido real, no un simple devenir de ideas a nivel personal.

Podrán enfocar, y están es su relativo derecho, toda esta disertación desde algún tipo de sensación propia e imaginativa. Pero les aseguro que no estoy personificando ni argumentándome en nada en particular. Estoy intentando referirme a un concepto general muy propenso en Huelva. Es triste tener esta impresión, pero existe en mi constante reflexión cuando veo a gente aficionada intentando estar en el lugar de los verdaderos profesionales.

El problema no existe cuando estos intentan usurpar el lugar que no les corresponde, sino de todos aquellos que luego sin la más mínima intención por hacer triunfar a la coherencia, apoyan falsas teorías lanzadas por los medios, los programas de turno o simplemente los amigos. Y no digamos de los que se colocan luego las medallas y abanderan el “yo soy la música en Huelva”.

Toda una vida dedicada a la música no puede tener la poca estima y tan corta percepción de seriedad que algunos se empeñan en desmoronar. La lucha por colocar en su merecida posición a la música como arte y como lenguaje expresivo, es frívolamente tratada por todo aquel que juega con ritmo y melodías de manera impasible. Es una falta de respeto de tremendas magnitudes la que estos señores del “hágalo usted mismo” plantean como novio de modas y suculentos billetajes.

Se entiende que todo aquel que hace música busca el beneplácito de los demás. Pero en la mayoría de las ocasiones, el sentido de lo bien hecho que se posee es proporcional al atrevimiento. Huyendo de la arrogancia que pueden dar a entender estas palabras, les aseguro que cada vez que un músico se pone a tocar delante de cualquier público, debe haber mantenido una estrecha relación con horas de trabajo y gran esfuerzo. Es por todo esto, por lo que a veces tengo la sensación de que algunos utilizan dicha teoría para reírse aun más si cabe de quien se cultiva, funciona y se entrega para conseguir algo que realmente merezca la pena.

domingo, 7 de marzo de 2010

Inconmensurable Mayte Martín

Cuantos grandes momentos se sucedieron el pasado viernes en las tablas de nuestro querido Gran Teatro. Qué suerte es volver a sentir como su voz entra de manera desgarrada por todos los sentidos del alma. Como de fácil hace trasladarnos a épocas de reminiscencias pasadas, a otras motivaciones temporales, removiendo sensaciones y tradiciones musicales tan profundas que arrancan desde nuestra propia cultura. No se ha escuchado ni percibido en toda la historia del flamenco tanta armonía en la expresión musical más presente en todo el pueblo andaluz.

Es curioso cómo se puede beber desde la propia raíz, aunque tus vivencias estén en otro lugar. Mayte Martín nace en Barcelona en 1965. Su afán, casi obsesivo, por el flamenco, arranca desde muy joven participando en multitud de actividades en peñas y centros flamencos de Cataluña. Su carrera ha sido un difícil camino, siendo parte de la importante apertura del flamenco para artistas de su misma región, la mayoría de ellos con una herencia andaluza familiar. Como por ejemplo, el últimamente galardonado con varios premios nacionales de la música Miguel Poveda.

Llegamos un poco tarde al concierto, unos cinco minutos. Pero, sinceramente, la sorpresa que nos otorgó el público de Huelva fue de lo más gratificante. Al intentar acceder al patio de butacas, observamos cómo no quedaba ningún asiento libre. Solamente localizamos un par de butacas en la platea principal, donde encontramos un pequeño hueco para poder disfrutar de la audición. La respuesta de los espectadores onubenses a la convocatoria fue espectacular. El teatro estaba lleno. Y la mayor de las satisfacciones fue encontrar a todo tipo de personas en el evento, dejando estereotipos e idiosincrasias al margen, llegando a un acercamiento general de disfrute y disponibilidad.

Y aunque en la actualidad, el concepto sobre el flamenco es diferente – quizás más artístico – no debemos renegar del verdadero sentido que origino tan magnífica y genuina forma de comunicación. El nacimiento, origen y posterior desarrollo se perpetua en el tiempo gracias a varias cualidades especificas que se mezclan entre lo social y lo musical, pero dejando este segundo apartado como un simple vehículo para poder expresarse, omitiendo en muchos casos el cuidado que hay que prestar para hacer música. Es decir, que se valora mucho más el gesto y la acción que la capacidad musical del hecho en sí.

El flamenco es un modelo de expresión musical con unas características muy concretas, siendo participe de un concepto de música popular en todas sus particularidades. Las formas de manifestación son muy concretas y especificas, fácilmente reconocible por su uso de armonía modal y esos giros tonales tan ricos, en grandes distancias rítmicas entre intervalos de diversa altura. Estamos acostumbrados, sobre todo en nuestra zona, a clasificar la escucha de estas entonaciones flamencas desde un punto de vista más humano y menos artístico. El flamenco es más una cuestión social, como una posibilidad de lenguaje práctico entre gente de un mismo grupo común.

Pues bien, Mayte Martín es capaz de recorrer toda esa gama de sonidos y alturas con un dominio musical impresionante. Pone al servicio de esta demostración, un gusto y una estética de considerables magnitudes. Su voz pasea por un mundo de sensaciones, usando dinámicas y matices con una maestría y saber que jamás se había presentado en la extensa vida del flamenco. Incluso en sus experiencias musicales cuenta con el coqueteo que mantuvo con otras formas estilísticas como el bolero y el jazz. Es de una apreciación digna su disco con el gran pianista Tete Montoliu, obteniendo multitud de premios y otorgando un nuevo movimiento a su trayectoria.

No es un artista muy prodigada en trabajos discográficos, sino que más bien su trabajo consiste en producir espectáculos de directo. Aun así es muy recomendable, a parte del disco “Free Boleros” (1996) con Montoliu, la grabación “Querencia” (2000), donde podemos encontrar temas desde el más puro, y otros a medio camino entre el flamenco y la balada. Nos referimos al corte “Ten cuidao”, donde se pone de manifiesto una literatura digna de un enorme tema, llegando a tener en su momento, una repercusión mediática muy interesante.

Huelva volvió a vibrar con Mayte Martín, y espero que no sea la última. Es una cantaora muy apreciada por estos lares, tal y como ha quedado demostrado en sus visitas a nuestra provincia. Y aunque de vez en cuando, pongo alguno de sus discos para mi regocijo personal, lo que más me satisface es poder sentirla en sus conciertos. Menos mal que en estos tiempos de mediocridad musical, alguien es capaz de hacer remover en mi, toda afectividad y emoción.