domingo, 14 de marzo de 2010

La música no es un juego

“Hoy me he levantado con ganas de guerrear”... Esto lo podrían pensar todos aquellos que viven el arte desde la barrera del espectador y no me conocen. Aviso a navegantes antes de seguir leyendo: no voy a callarme ninguno de los sentimientos que están floreciendo en mí mientras escucho uno de los tantos conciertos que se dan por nuestra extensa geografía. Pueden especular con riesgo a equivocarse, de que coloco por delante de mi razón a mis emociones. A su favor decir que intentaré por todos los medios estar cercano a la objetividad que me permiten mis años de estudio y las experiencias musicales que he tenido la suerte de ir ganando en los escenarios de medio mundo que he tenido el privilegio de pisar.

Soy de los que asume el papel inherente de la música en la actividad cotidiana; de que se pueden y se deben usar todos los recursos que el arte nos facilita como cuestión cercana al propio ejercicio de disfrute personal, a través del ocio, la propia afición o el hecho de complacerse de la música como algo cercano. Es más, defiendo desde el sentido educativo y personal, que todos debemos, si nos apetece, poder explotar tan magnífica posibilidad para expresarnos con un lenguaje único.

Pero llegados a este punto, quisiera trazar una línea lo suficientemente gruesa entre las manifestaciones a nivel popular hechas por simples aficionados y esa misma dirección pero realizada desde el conocimiento. Me reitero que no hay nadie que pueda otorgar o juzgar el poder usar la música como vehículo para alcanzar la expresión; cada palo que aguante su vela.

Y aunque hay buenas tentativas en acercarse, es realmente patético el tanteo de algunos por hacer y desarrollar ciertos tipos de espectáculos. Con la ilusión por bandera, incuestionables buenos contactos y la ignorancia del que escucha por amistad, si buscamos bien, obtenemos los resultados deseados. Algunos incluso podrían fletar un avión con sus fans más osados, los que le siguen por cariño y por su afecto. Sí, esos que siguen manteniendo la dicha de la utopía de que es posible llegar a ser número uno en los cuarenta sin la necesidad de pagar o venderse.

Pido perdón públicamente, por mi política de no permitir – lógicamente a título personal – gente que no hace las cosas como deben, y de ser intransigente. En el mundo creativo e interpretativo en materia musical, parece que todo es válido. Pues con sinceridad y cariño, rotundamente no. Me niego a escuchar a quien hace música porque así le sale de dentro. Si a alguien le sale de dentro, que por favor se formen bien antes, para que de esta manera, lo que salga tenga un sentido real, no un simple devenir de ideas a nivel personal.

Podrán enfocar, y están es su relativo derecho, toda esta disertación desde algún tipo de sensación propia e imaginativa. Pero les aseguro que no estoy personificando ni argumentándome en nada en particular. Estoy intentando referirme a un concepto general muy propenso en Huelva. Es triste tener esta impresión, pero existe en mi constante reflexión cuando veo a gente aficionada intentando estar en el lugar de los verdaderos profesionales.

El problema no existe cuando estos intentan usurpar el lugar que no les corresponde, sino de todos aquellos que luego sin la más mínima intención por hacer triunfar a la coherencia, apoyan falsas teorías lanzadas por los medios, los programas de turno o simplemente los amigos. Y no digamos de los que se colocan luego las medallas y abanderan el “yo soy la música en Huelva”.

Toda una vida dedicada a la música no puede tener la poca estima y tan corta percepción de seriedad que algunos se empeñan en desmoronar. La lucha por colocar en su merecida posición a la música como arte y como lenguaje expresivo, es frívolamente tratada por todo aquel que juega con ritmo y melodías de manera impasible. Es una falta de respeto de tremendas magnitudes la que estos señores del “hágalo usted mismo” plantean como novio de modas y suculentos billetajes.

Se entiende que todo aquel que hace música busca el beneplácito de los demás. Pero en la mayoría de las ocasiones, el sentido de lo bien hecho que se posee es proporcional al atrevimiento. Huyendo de la arrogancia que pueden dar a entender estas palabras, les aseguro que cada vez que un músico se pone a tocar delante de cualquier público, debe haber mantenido una estrecha relación con horas de trabajo y gran esfuerzo. Es por todo esto, por lo que a veces tengo la sensación de que algunos utilizan dicha teoría para reírse aun más si cabe de quien se cultiva, funciona y se entrega para conseguir algo que realmente merezca la pena.

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