domingo, 4 de abril de 2010

Reflexiones en voz alta

A veces, cuando me dispongo a madurar sobre que escribir para cada lunes en nuestro Templete, delibero si merece la pena desarrollar una idea, de índole musical, en una sociedad y cultura como la nuestra. Y si ya pienso en mis paisanos y congéneres onubenses, es cuando la desmotivación acapara las mayorías de mis posibilidades. Sé a ciencia cierta, que las capacidades a nivel psicológico de unos y de otros varían en gran medida dependiendo de multitud de factores. Pero a veces intentamos hacernos más fuertes de lo que realmente somos, pretendiendo dar una imagen bastante diferente a lo que somos.

Ciertamente, este documento que ahora mismo me dispongo a rellenar con mis pensamientos y creencias, como cada lunes, recibe el apoyo incondicional de la mayoría de los amables lectores. Algo que es de agradecer desde la parte que nos toca; incluso me atrevo a afirmar, a riesgo de ser pedante en otra ocasión más, que es algo que me ilusiona de gran manera. Escribo para ustedes, intentando aportar una visión particular desde una cuidada formación musical y por supuesto un intento de ser objetivo siempre desde el respeto.

Pero de vez en cuando, se cruzan ante nosotros, posibles discrepantes a los que suelo prestarle la atención justa. Pero llegados a este punto, una encrucijada de caminos de los más sana posible – ya que no lo miro de otra forma – creo que colocarse en una perspectiva concreta es lo mejor que se puede hacer.
Nuestra disposición siempre es, desde lo más profundo, vacía de maldad e incluso sin intereses personales. Debemos mantener un espíritu colaborador y conciliador como lugar de partida. Pues bien, cuanto más se aplican estas consignas, mayor es el convencimiento ajeno de que no es así. Aquí podríamos emplear ese bien sabido refrán de que todo ladrón cree que los demás son de su misma condición. Es terrible como debemos de soportar, sólo por dar nuestra opinión profesional, constantes ataques que se utilizan para que algunos luego se coloquen en sus ideas.

Si tengo alguna queja, un sentir por algo que se puede considerar injusto, algo que creemos es mejorable o si vemos algo que se puede discernir como algo abusivo y afrentoso, no debemos tener la más mínima duda de que se puede denunciar. Es más, creo que es obligación para todo aquel que quiere estar en paz consigo mismo. Por supuesto desde el respeto, la coherencia y la valentía, pero con decisión y honestidad. El camino sólo se hace a base de verdades, no de calumnias ni de opiniones basadas en criterios particulares repletas de subjetividad o intereses personales.

Hay que saber cuando estamos en una tesitura concreta, si es fija o si tiene varias posibilidades: nadie es dueño de la realidad objetiva. Incluso podríamos afirmar que toda evidencia es relativa, haciendo de la verdad algo que puede poseer varias legitimidades. Lo que no debe ser admisible son teorías basadas en ponencias propias asentadas en conceptos patrimoniales individuales y particulares de cada uno. Sobre todo porque puedes estar esgrimidas desde el interés único y privado. Bueno, hay una opción para estas situaciones concretas, y es aquella en la que sí nos interesa la posición de alguien por tener importancia para nosotros a título personal.

Nadie es dueño de la verdad, y menos en materias artísticas, donde las teorías de la recepción son sobre todo dependientes de nuestros conocimientos. Incluso son muy influyentes los factores que unos u otros planteamos y originamos con respecto a todas esas sensaciones que tenemos cuando nos colocamos al frente de una obra de arte. Aarón Copland, compositor estadounidense del siglo XX, afirma con contundencia que a mayor conocimiento, mayor disfrute. En su libro “Como escuchar la Música”, hace una interesante síntesis sobre el proceso íntimo de escuchar, presentando una serie de propuestas para que entendamos que percibir auditivamente no se quede en algo insípido e insulso.

Debemos darle la importancia que tiene, si no es así, ¿para qué se han realizado y construyen tantas y tantas exposiciones musicales a lo largo y ancho de su existencia? ¿Qué sentido tiene hacer música desde la coherencia del propio alma? Mientras la mayoría de los viandantes de nuestra colectividad solamente contempla la música como un adorno o bien como aderezo a otras actividades. ¿Dónde ha caído el auténtico sentido de esta práctica? Seguimos entendiendo el hecho musical como una forma de expresión, un tipo de lenguaje que goza de tener las ricas propiedades que otras formas de comunicación ni por asomo se acercan. Mientras muchos de mis queridos semejantes únicamente la siguen usando a en un porcentaje ínfimo, nosotros la disfrutaremos lo máximo posible.

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