domingo, 20 de septiembre de 2009

La música y el mar

Siempre he sido muy atrevido, y ahora que mi vida pasa por un estado algo extraño, quizás haya llegado el momento de escribir este pequeño ensayo sobre lo que a un músico, nacido cerca del mar, le produce el binomio entre esta y sus composiciones. Reitero lo de osado porque en multitud de veces la incomprensión ronda con fuerza mis sensaciones y pensamientos, así como la percepción que de mis ideas puedan tener los demás. Es una lucha, una revuelta entre lo que creo que debo reflejar y el absurdo “que dirán” de los que me escuchan. Sinceramente, a veces ha sido algo a lo que poca cuenta le he echado, vertiendo mi indiferencia en los estímulos que pudiera originar. Pero la realidad es otra bien distinta; vivimos, como artistas, para y por la apreciación de los que reciben nuestra información, debiéndonos en gran medida a ellos.

Eso no quita que no piense en mis propios incentivos para llevar a cabo una obra musical. El egoísmo propio es también parte de artista. Es más, existen demostraciones palpables de que eso ocurre en todos los niveles de nuestra supervivencia, con lo que si lo extrapolamos al mundo creativo, no debe ser distinto. Aquí, por lo menos en mi caso, es donde entran en juego la totalidad de mis vivencias personales, sirviendo no tan solo como apoyo de ideas, si no como parte dura de mi personalidad y carácter.

Como es lógico, para quien nace, vive y crece cerca del mar, las influencias pueden ser dispares, otorgando una proyección subordinada a diferentes parámetros personales. Pero como bien digo, en mi trayectoria como músico, el mar siempre ha estado muy presente. Me he sentado en la orilla en infinidad de ocasiones para hacerme preguntas sobre cómo sería una composición musical escrita desde la descripción sensitiva que provocan las olas rompiendo sobre la arena. Y las respuestas han sido siempre muy contradictorias y confusas. Eso sí, he aprovechado para captar y memorizar las sensaciones que confieren este tipo de relaciones.

Luego no ha sido difícil trasladarse; al contrario, las sensaciones nemotécnicas han fluido como ríos de lava de un volcán en plena efervescencia. He tenido la posibilidad de contemplar un atardecer en Punta Umbría cada vez que lo querido con fuerza, solo he tenido que proponérmelo. Esas imágenes me han acompañado desde pequeño, y cuando he estado lejos de mi tierra, sólo con un pequeño esfuerzo me he autoproporcionado una emisión de estímulos. Estos me han permitido jugar con la evocación, presentando en seguida un apunte imaginario que me trasladaba.

Del mismo modo, tengo clasificados los días, los meses, las estaciones, los diferentes climas, el sol, la lluvia, la noche, etc., pero todas en el mismo lugar y en el mismo espacio. Puede ser gran dificultad entender todo esto para alguien de interior, pero para nosotros, los que vivimos por aquí, si rebuscamos en nuestro recuerdo, también podemos sustraer de él colores, olores e incluso sabores. Tan solamente hay que poner en pie nuestra propia sensibilidad y llegará sin obstáculo alguno. Pues si esos que ustedes sienten podemos llevarlo al mundo de la expresión, todo tiene otro matiz: más cercano, más real, más posible…

La música es uno de esos formatos que por su condición de ser un lenguaje de facultad abstracta, el ser humano ha utilizado siempre con mayor naturalidad para enunciar lo más hondo de nuestro espíritu. Grandes poetas y literatos, pintores y artistas, han llevado a cabo con gran acierto su visión y declaración sobre el mar. Monet, Sorolla, Alberti, y tantos y tantos autores han conseguido que estemos delante del inmenso mar sin necesidad de estar presentes en el litoral. Incluso, con verdadero acierto, acercarnos a las sensaciones e impresiones que marcaron nuestra particular relación con el inmenso mar.

Lógicamente, para mí la música nos permite un giro de tuerca más. Un viaje astral que facilita y adecua las percepciones y sus emociones hasta un punto enrevesado de entender. El mar lo es todo para quien ha vivido pegado a él. Pero sobre todo es musa, fuente de inspiración, el sitio donde se respira la calma, donde el sonido se hace más profundo, y las olas marcan un ritmo sencillo pero constante, inagotable… y la armonía subyace entre el cielo y el horizonte lejano, en una gama de azules y verdes inagotables.

Si tienen la oportunidad, vean la película “La leyenda del pianista en el océano” de Giuseppe Tornatore, con la increíble música de Ennio Morricone, basada en la novela “Novecento” de Alessandro Baricco, y podrán comprobar cómo la música y el mar tienen mucho más que ver entre ellas de lo que nos planteamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario