domingo, 20 de septiembre de 2009

¡Qué difícil es hacer música…!

Y más en Huelva… y ya no digamos en tiempo de crisis. Un gran músico onubense, pero que obviamente está fuera de su tierra, me decía hace poco que “cuando la economía cae, la cultura se estrangula”. Cuánta razón en esas palabras para identificar la situación actual del arte. Aun así, la música se mantiene viva, e indagará caminos por los que expresarse. Es como la vida, no hay quien pueda con ella.

Los recursos que en otros momentos se ofrecieron, ahora escasean, y todos aquellos antes se aprovecharon bien de la bonanza, se limitaron a despilfarrar en gastos culturales en vez de dirigirlos en bien educar. Se dedicaron a sacar tajada y hacer negocio de algo que, por la naturaleza humana, pertenece al hombre por propio derecho. El generoso mundo de las discográficas, las agencias de contratación y muchos de los propios músicos, no se percataron de lo que estaban haciendo mientras llenaban sus bolsillos. La divulgación de un sistema basado en la indulgencia del que parece que hace música, ha cultivado a multitud de personajes y estrellitas parcos en capacidades artísticas y con la única búsqueda de dinero y fama.

Eso de grabar un disco, dar un concierto o codearse con adjetivos rimbombantes sin aparente esfuerzo se puso tan de moda que a cualquiera al que se le pasase por la cabeza hacer música a niveles profesionales y encima adornado con un bonito programa de televisión, podía hacerlo casi sin problema. Me refiero a la gran partida de intrusos que han merodeado y que incluso todavía alguno con espíritu ciertamente romántico se plantea actualmente. La música no es un simple juego: es una profesión tan digna y trabajosa como la que más. Incluso me atrevería a afirmar que no hay ninguno de los estudios reglados en este país que sean tantos años como los que se cursan en un conservatorio de música.

Mientras la ingenuidad de la mayoría de las sociedades occidentales han servido de apoyo a cuestiones puramente consumistas, los verdaderos artistas se han apagado en sus propios talentos y en sus capacidades, siendo la mayoría de ellos proscritos o perseguidos por tener un lenguaje musical propio, entre otras características. Se les ha tratado como prófugos, como si hubieran cogido el camino incorrecto. La segunda mitad del siglo XX en ese sentido ha sido un verdadero caos; sólo se ha partido desde el punto de vista del arte como producto de compra venta, sin valorar los beneficios que realmente hay que tener en cuenta. Una tomadura de pelo al puro estilo empresarial.

A todo esto le agregamos el convencimiento generalizado de lo que el saber popular entiende por música. Hasta hace poco esta sabiduría del pueblo era pura, sin ningún tipo de condicionante. En la actualidad, los medios de masas tienen acaparada la educación a todos los niveles. Eso sí, ¿de qué tipo de educación estamos hablando? Pues de la que más se adecue a sus intereses. Es habitual observar de manera objetiva como las cadenas televisivas y radiofónicas basan sus programaciones en suculentos negocios publicitarios: eso lo vemos todos. Pero para poder exigir que las empresas fijen sus objetivos en promocionarse en sus emisoras tienen que tener una audiencia potente, entrando aquí en juego todas las intenciones manipuladoras que puedan utilizar. Y la música, por añadidura, vive una situación similar: ¿Qué música se vende? ¿La qué se quiere escuchar? ¿O la qué por narices escuchamos y nos someten en el sistema?

El concepto que se tiene de la facilidad para llegar a realizar una obra de arte es algo desacertado. Pienso que todos tenemos la capacidad para lograr expresarnos a través del arte en una medida personal y propia, incluso única me atrevería a decir. Pero lograr cierto nivel a la hora de interpretar o componer música necesita algo más que querer, y no me refiero a lo que todo el mundo conoce como talento, si no al trabajo y al esfuerzo que hay que dedicar para alcanzar cierto grado de merecimiento.

Beethoven decía que al 98% de la expresión artística se accedía a través del trabajo, pero hay quien cree que puede acceder sin el más mínimo esfuerzo. Aunque lo peor es quien se lo permite, sin valoraciones criticas y sin juicios de valor, exclusivamente porque nos atormentan diariamente con una canción, con un anuncio televisivo o con una película. La crítica no es mala si se hace con conciencia y nuestra propia razón; no dejemos que otros piensen por nosotros y nos digan quienes son músicos y quiénes no. Detrás de todo esto se mueven tantos intereses que no les permiten valorar si algo tiene o no calidad; les priman solo las sugestiones económicas.

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